Socialista histórico, presidió también la Diputación Provincial y fue el encargado de preparar la ciudad para la Expo 92
Presidió las dos instituciones más importantes de la ciudad: la Diputación Provincial (1979-1983) y el Ayuntamiento (1983-1991). Fue socialista hasta el último día, con carnet desde los tiempos de la clandestinidad. Austero, comedido y exquisito en las formas. Y murió siendo alcaide del Real Alcázar. Manuel del Valle Arévalo falleció en su domicilio de la Plaza Alfonso de Cossío, en la Huerta de la Salud, aquejado de una enfermedad tras permanecer recluido varios meses. Nació en noviembre de 1939 y fue el alcalde encargado de preparar la ciudad para la Expo 92. Se ha muerto como vivió: con absoluta discreción. Tanta que ni siquiera podrá ser velado en el Ayuntamiento de Sevilla, como hubiera correspondido, por las disposiciones del decreto de estado de alarma.
El PSOE influyó mucho en las dos listas electorales con las que concurrió a las municipales, la de 1983 (mayoría absoluta) y la de 1987 (mayoría simple). Siempre permitió brillar a sus tenientes de alcalde. Tuvo un equipo de concejales solventes: Curro Rodríguez, Paco Moreno, Guillermo Gutiérrez, José Vallés, Isidoro Beneroso… En el Alcázar contó con Paco Mir, quien promovió junto al arquitecto Rafael Manzano la retirada de la Cruz de los Caídos. Curiosamente, Manuel del Valle nunca dio la orden ni por escrito ni verbalmente, simplemente dejó hacer. Y en recursos humanos contó con José Moya Sanabria, hoy presidente de Persán.
En la oposición en el Ayuntamiento llegó a tener enfrente a un jovencísimo Javier Arenas, con el que Manuel del Valle siempre se llevó bien. Ambos se han guardado siempre respeto y consideración tanto en público como en privado. Después la jefa de la oposición fue Soledad Becerril, con quien el alcalde socialista se entendía por medio de Manuel García, posteriormente hermano mayor de la Macarena. Por el Partido Andalucista estaba Alejandro Rojas-Marcos, que contaba en su grupo político con concejales como la historiadora Enriqueta Vila, y los comunistas estaban entonces liderados en el Ayuntamiento por Adolfo Cuéllar.
En sus años como alcalde se apoyó mucho en dos funcionarios de prestigio: Mauricio Domínguez y Domínguez-Adame (1936-2008), experto en protocolo y en el quién es quién de la ciudad, y Pepe Contreras Rodríguez-Jurado, una suerte de jefe de la Casa Consistorial que controlaba todo lo que se cocía en el noble edificio.
¿Por qué no siguió en la Alcaldía?
No continuó en el cargo de alcalde por decisión directa del entonces todopoderoso Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno con Felipe González. Siempre ha sido un sevillano que no ha respondido al estereotipo local. Tuvo claro cuándo estaba acabada su carrera política, que no forzó para que continuara en ningún momento. Desde que dejó la Alcaldía se limitó a participar en actos institucionales y a atender a los medios de comunicación que le requerían para entrevistas sobre la evolución de la ciudad y de la actualidad política en general. Siempre se mostró partidario de una visión más humanizada de la política, quizás porque vivió cómo la vida pública se fue crispando y se fue perdiendo el carácter romántico y eminentemente vocacional de los políticos de la Transición.
No se lamentó de dejar la política, pese a que pudo pensar que se quedaba sin probar la miel del 92 después de haber puesto a punto la ciudad con el PGOU de 1987. Las encuestas de Julián Santamaría, sociólogo de cámara de Felipe y Guerra, advirtieron de que el PSOE corría el peligro de perder la mayoría absoluta en 1987. Y se perdió. Los sondeos de 1991 ya alertaban de que se perdía directamente la Alcaldía. Y apuntaban que el mejor candidato para retener el gobierno era José Rodríguez de la Borbolla. Aludían después a socialistas como Luis Yáñez. El dedo de Guerra señaló a Yáñez. Y el PSOE perdió la cotizada plaza de Sevilla hasta que fue recuperada en 1999 por Alfredo Sánchez Monteseirín.
Alcaide del Alcázar desde el año pasado por decisión del actual alcalde, Juan Espadas, fue uno de los políticos que estuvo en la célebre reunión de la tortilla. Abogado de profesión, ha sido un político y gestor de un perfil muy discreto y socialista de la vieja guardia.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, Manuel del Valle formó parte activa del conocido bufete de abogados de la calle Capitán Vigueras, donde trabajó con Felipe González, Rafael Escuredo, Manuel de Valle, Antonio Gutiérrez, Ana María Ruiz Tagle y Miguel Ángel del Pino.
Hizo la referida foto de la tortilla que preparó Pablo Juliá, una instantánea sobre la que ya hay más teorías y leyendas que sobre el 23-F. Del Valle ha sido un sevillano retraído, discreto y comedido. Nunca creó problemas a las altas esferas del partido. En su etapa de estudiante ejerció de secretario de cultura y propaganda del SEU y colaboró en Radio Vida, con sede en Trajano, donde hacía la información política internacional basada en las ediciones del rotativo francés Le Monde que compraba en Sierpes a dos pesetas, siempre y cuando los ejemplares no hubieran sido intervenidos por la censura por contener informaciones críticas con el régimen.
Sentido del humor
Tuvo siempre un profundo sentido del humor, que exhibía mediante cargas de profundidad sólo aptas para interlocutores sagaces. Sus amistades siempre han recordado una anécdota de forma especial. En una reunión de la Internacional Socialista celebrada en el Madrid de finales de los 70 fueron apareciendo líderes extranjeros, anunciados con todo bombo por la megafonía. Cuando se oyó el nombre de Carlos Andrés Pérez, el sevillano de Capitán Vigueras soltó: “¿Pero este hombre no debía estar en la cárcel?”.
Jugó al rugby de joven, se entendió siempre con el alto clero, fue un buen amigo de Jesús Aguirre, duque de Alba, y un reconocido aficionado a la fotografía. La ciudad le dedicó la gran avenida de entrada a Sevilla Este, la zona de expansión urbana que se consolidó bajo su mandato. En los últimos años conoció personalmente a Pedro Sánchez como secretario general del PSOE. Un día le pidieron su adhesión para un reconocimiento institucional en honor al escritor Antonio Burgos. Manuel del Valle redactó la carta, en la que expresó que siempre lucharía para que Burgos tuviera derecho a la libertad de expresión, incluso cuando era critico con su gestión en la ciudad.